¿Qué implica la National Security Strategy of the United States of America para la región y para Bolivia?

¿Qué implica la National Security Strategy of the United States of America para la región y para Bolivia?

Esta semana se hizo pública, continuando con la tradición instaurada desde 1986, al filo del término de la Guerra Fría, la National Security Strategy of the United States of America (https://n9.cl/49ido), celebrando al mismo tiempo el bicentenario de la doctrina Monroe, “una política audaz que rechaza la interferencia extranjera de naciones lejanas y afirma con confianza el liderazgo de los Estados Unidos en el hemisferio occidental.”The White House (https://n9.cl/im8jo)

A diferencia de sus antecesores, algunos de ellos intrascendentes, este documento marca tanto un giro en la política exterior estadounidense como repite un patrón de conducta histórica. Reconoce a China y ya no a Rusia como la principal amenaza existencial de Estados Unidos, plantea un abandono progresivo de Europa y Medio Oriente, y un repliegue hacia su propio hemisferio, su backyard, esto es Latinoamérica y el Caribe. En ese sentido, se distancia de las prioridades brindadas durante poco más de dos décadas a la Guerra contra el Terror o la Guerra Infinita despues del 9/11, en el corto plazo. Sin embargo, retoma la doctrina Monroe a la cual explícitamente menciona y procura actualizar sin originalidad a pesar de sostener la inclusión de un corolario que se presenta como una “restauración potente del poder y las prioridades estadounidenses”.

Su objetivo supremo, según el análisis de Geopolitical Economy Report (https://n9.cl/hygca) sería mantener la dominación global estadounidense. No se trata, entonces, de un plan de retirada, sino de una nueva estrategia para preservar la hegemonía de EE.UU. en un contexto de recursos finitos y ascenso de China; una estrategia de contracción táctica para permitir una expansión estratégica futura.

Por tanto, China es identificada como la principal amenaza existencial a la dominación estadounidense. El objetivo es contenerla y debilitarla, aunque se reconoce que, en el presente, una guerra directa e inmediata es inviable. De ahí que la estrategia a mediano plazo consista en dos fases: la primera, ya en marcha, consiste en desvincularse económicamente, creando nuevas cadenas de suministro alternativas y seguras; la segunda, a largo plazo, contempla un posible conflicto bélico futuro una vez reducida tal dependencia.

La base material de la estrategia está en Latinoamérica. Para ello, el documento no se ahorra claridad respecto al retorno de la doctrina Monroe:

“Tras años de abandono, Estados Unidos reafirmará y aplicará la Doctrina Monroe para restaurar la preeminencia estadounidense en el hemisferio occidental y proteger nuestro territorio nacional y nuestro acceso a geografías clave en toda la región. Negaremos a competidores no hemisféricos la capacidad de posicionar fuerzas u otras capacidades amenazantes, o de poseer o controlar activos estratégicamente vitales en nuestro hemisferio. Este “Corolario Trump” de la Doctrina Monroe es una restauración contundente y de sentido común del poder y las prioridades estadounidenses, en consonancia con los intereses de seguridad de Estados Unidos.”

No podría ser más explícito, todo el hemisferio es ahora objeto de la política exterior estadounidense, que busca re-convertirlo en su esfera de influencia exclusiva, después de una breve ausencia, y su retaguardia fortificada. Para ello es necesario expulsar de la región a China, Rusia e Irán, revertir su influencia económica, diplomática y en infraestructura, además de trasladar fábricas desde Asia hacia Latinoamérica, creando así una nueva cadena de suministro controlada por EE.UU., explotando mano de obra barata y recursos naturales locales; derrocar y debilitar gobiernos independientes (Venezuela, Cuba, Nicaragua, Colombia, Brasil, México) y apoyar a gobiernos aliados, o sea vasallos, como la Argentina de Milei, el Ecuador de Noboa, la Bolivia de Paz, El Salvador de Bukele, entre otros. Asimismo, busca asegurar el acceso y control de recursos estratégicos: el petróleo venezolano, el litio del Triángulo del Litio de Bolivia, Chile y Argentina, minerales críticos, tierras raras brasileñas, las aguas del Acuífero Guaraní y de la Patagonia, la producción agrícola, etc.

De modo concomitante, la estrategia busca aislar y debilitar a China en la región del Indo-Pacífico, mientras redirige recursos desde Europa y Medio Oriente, considerados teatros menos decisivos.

Esta estrategia de dominación global tiene como beneficiario final al gran capital estadounidense –Wall Street, Silicon Valley, el complejo industrial-militar y Big Oil–, tal como lo explicita el documento: “Todas nuestras embajadas deben estar al tanto de las principales oportunidades de negocio en su país, especialmente de los grandes contratos gubernamentales. Todo funcionario del gobierno de EE. UU. que interactúe con estos países debe comprender que parte de su trabajo es ayudar a las empresas estadounidenses a competir y tener éxito.”

Un elemento que destaca en la estrategia es el planteamiento de movilizar apoyo interno mediante la guerra cultural, es decir, utilizando el soft power del espíritu imperial, Miguez et ali. (2016), para distraer de los problemas económicos y cohesionar a una base política que legitime la dominación y la explotación imperiales como necesarias para una vida mejor.

Un panorama regional en la encrucijada y sus posibilidades de superación

La región se encuentra profundamente dividida. La CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) ha demostrado ser incapaz de funcionar como un contrapeso real al avance del proyecto imperial estadounidense, más simbólica que efectiva en su capacidad de acción conjunta y defensa de la soberanía. Brasil no se atreve a contradecir abiertamente a Estados Unidos aunque Cyril postula que una interpretación en lenguaje diplomático del documento revela que Estados Unidos, al menos el de Trump, respetará de aquí en adelante solo a aquellos países que se afirmen mientras tornará vasallos a quienes no lo hagan. (https://n9.cl/ui8h5) Es decir, tratar de estar bien con todos será interpretado como una señal de debilidad.

El retorno de la derecha al ejercicio del poder en varios países no se debe primordialmente a sus méritos programáticos o a una adhesión popular masiva, sino a una crisis de legitimidad de los proyectos progresistas. Estos adolecieron de graves errores, traiciones a sus bases, cobardía política ante poderes fácticos y, en muchos casos, una incapacidad estructural para superar el modelo extractivista-rentista heredado. Sus modestos intentos de industrialización y diversificación económica fueron saboteados tanto por la presión externa (fuga de capitales, ataques financieros) como por contradicciones internas (burocratización, corrupción, falta de audacia estratégica).

Paralelamente, los gobiernos de derecha que emergen están dirigidos por élites cuya cultura política se resume en la sumisión a la potencia hegemónica de turno. Su fidelidad hacia Estados Unidos no es meramente táctica; es un vínculo profundo, casi espiritual. Estados Unidos encarna el ideal que estas élites aspiran a emular, un modelo de modernidad capitalista, individualista y tecnocrática, donde el éxito se mide en términos de acumulación privada y alineamiento geopolítico. Para ellas, Washington no es solo un garante de su dominación de clase, sino el faro de una civilización a la que desean pertenecer.

En este contexto, Estados Unidos encuentra en estas élites el contrapeso perfecto a la creciente influencia china y, en menor medida, rusa e iraní, en la región. Son aliados que no necesitan ser convencidos mediante inversiones o diplomacia compleja; su afinidad ideológica y de intereses los convierte en socios naturales y vasallos voluntarios. Ellos ya están desmantelando alianzas estratégicas con potencias extra-hemisféricas, facilitando el acceso a recursos estratégicos y abriendo mercados al capital estadounidense.

La posibilidad de una re-consolidación del proyecto civilizatorio anglosajón en su versión del siglo XXI no parece improbable. Este no sería un simple retorno al patio trasero de la Guerra Fría, sino un intento de reconfiguración neocolonial más sofisticada, donde la hegemonía se ejerce a través de:

  1. Vasallaje ideológico de élites locales identificadas con el 𝘢𝘮𝘦𝘳𝘪𝘤𝘢𝘯 𝘥𝘳𝘦𝘢𝘮: empleo de los mass media y el retorno del neoliberalismo.
  2. Dependencia tecnológica y financiera renovada: Big Tech, Wall Street, cláusulas de exclusión contra China.
  3. Seguritización de la política regional: lucha contra el narcoterrorismo como excusa para la intervención.
  4. Desintegración de cualquier proyecto autónomo de integración regional que pueda ofrecer una alternativa de poder colectivo.

El riesgo, por tanto, no es solo el retorno de la derecha, sino la instalación de un régimen de sumisión orgánica que renuncie a la soberanía a cambio de un lugar subordinado en un orden regional liderado por Estados Unidos, sacrificando la posibilidad de un desarrollo autónomo, multipolar y verdaderamente soberano para la región.

Sin embargo, todo imperio tiene pies de barro, y Estados Unidos no es la excepción. La propia naturaleza de su documento estratégico lo delata.

El texto está expresado en un lenguaje crudo y profundamente cínico, idóneo para cumplir una doble función que mientras humilla, desvaloriza y exhibe superioridad, revela sin pudor un patrón psico-político recurrente de negación proyectiva, narcisismo colectivo y disonancia cognitiva estratégica. Estas contradicciones no son errores de redacción, sino síntomas de una fractura entre la autopercepción imperial y la realidad global.

Es, pues, un documento contradictorio porque, en su arrogancia, omite las contradicciones materiales que lo socavan. No habla desde la lógica del mundo real, complejo y multipolar del siglo XXI, sino desde la nostalgia de un orden unipolar de posguerra que él mismo diseñó y del que fue beneficiario absoluto. En este sentido, el documento es, paradójicamente, además de cínico, profundamente idealista, un idealismo reaccionario que anhela restaurar lo perdido.

Se observa así la patología de una potencia que, en su declive relativo, cree poder revertir las tendencias históricas con pura voluntad y fuerza bruta, a través de un menú previsible de intervención, coerción y mercantilismo forzado. Hay en su núcleo una falta de consciencia histórica aguda, una negación a reconocer que el mundo de 1945, con Europa devastada, la URSS contenible y Latinoamérica como patio trasero dócil, ha fenecido. Las herramientas que entonces funcionaron son hoy anacronismos peligrosos que obvia que la política de contención (containment) es inaplicable contra una China totalmente integrada en la economía global y con una red de interdependencias vasta en Latinoamérica y el Sur Global. Y es que la guerra comercial no debilita a un rival, sino que fragmenta las cadenas de suministro globales, daña a los aliados y acelera precisamente lo que intenta evitar, la búsqueda de alternativas al dólar, a las tecnologías estadounidenses y a la seguridad hemisférica garantizada por Washington. Parece que Estados Unidos no aprendió nada de su reciente confrontación con China.

Por ello, la estrategia es un wishful thinking imperial, es la fantasía planificada de una elite que se niega a hacer el duelo por la unipolaridad; es el plan de una potencia que, en vez de gestionar inteligentemente su transición en un mundo multipolar apuesta temerariamente por una confrontación total que subestima grotescamente la agencia de Latinoamérica, donde, a pesar de las élites sumisas, persisten proyectos de soberanía y hay memoria histórica de resistencia.

En el fondo, este documento no es la estrategia de una potencia que se prepara para liderar el futuro, sino la de una que, aferrada a un pasado glorioso, elige una confrontación que bien podría catalizar y acelerar la decadencia que tanto teme.

Por Felipe Limarino El Alto-Bolivia, 10 de diciembre de 2025

Referencias

– Miguez et ali. (2016) Más allá del espíritu imperial. Nuevas perspectivas en política y religión. Buenos Aires: La Aurora

es_PESpanish